

"¡Ay, Patria mía!", fueron las últimas palabras de Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano a sus recién cumplidos 50 años. Lo acompañaba en sus momentos finales el médico escocés Joseph Redhead, a quien legó su preciado reloj.
Pocos se enteraron de su deceso en aquel entonces, ya que Buenos Aires vivía una situación de anarquía inédita. Ese 20 de junio es recordado como el "Día de los tres gobernadores", con Ildefonso Ramos Mejía, Miguel Estanislao Soler y el propio Cabildo de Buenos Aires disputándose el cargo. Una acefalía que, sin duda, dolía profundamente a Belgrano, quien había entregado cuerpo y alma por la independencia de su tierra.
Belgrano sufría de una hidropesía avanzada, una enfermedad caracterizada por la acumulación de líquido en los tejidos del cuerpo. La autopsia revelaría que su corazón triplicaba su tamaño normal.
Comprendiendo que su enfermedad no le daría tregua, el General Belgrano se despidió de su ejército auxiliar del Perú el 10 de septiembre de 1819 con una emotiva arenga: “(…) Me es sensible separarme de vuestra compañía, porque estoy persuadido de que la muerte me sería menos dolorosa (…) Pero es preciso vencer los males que me aquejan y volver a vencer con vosotros a los enemigos de la patria que por toda parte nos amenazan (…) Nada me queda más que deciros, sino que sigáis conservando el justo renombre que merecéis por vuestras virtudes, cierto que con ellas daréis glorias a la Nación, y corresponderéis al amor que os profesa tiernamente vuestro General (…)”.
Meses después, en su casa paterna —ignorado y sumido en la pobreza— y en la significativa fecha del 25 de mayo, quien una década atrás había sido un integrante fundamental de la Primera Junta de gobierno, dictó su testamento.
Nombró heredero a su hermano Domingo, pidiéndole que se encargara de la manutención y educación de su hija Manuela Mónica, a quien le había dejado un terreno en Tucumán. También expresó su deseo de que su cuerpo fuera embalsamado, quizás con la esperanza de un homenaje oficial que nunca se concretó.
Los funerales se llevaron a cabo el 28 de junio. El humilde ataúd de pino, cubierto con un paño negro, fue sepultado en el atrio de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario. La lápida, hecha con un mármol extraído de una cómoda de su propia casa, solo llevaba cinceladas cinco palabras: “Aquí yace el General Belgrano”. No hubo formaciones militares, discursos ni funcionarios. Apenas una sencilla oración religiosa despidió al prócer.