

Lanzado en 1993 pero tan palpable en 2023. Pocos álbumes lograron capturar la esencia de una generación y resistir el paso del tiempo como lo hizo "El Amor Después del Amor". No hace falta ponerse a investigar números, o cantidad de reproducciones. Los últimos 60 shows de Fito Páez fueron una demostración de la inmortalidad del disco. Es que, a treinta años de su debut, sigue siendo capaz de despertar las mismas emociones que en sus inicios. Aquellos jóvenes, hoy adultos, que lo acogieron como banda sonora en la década de los 90, en el último tiempo lo redescubrieron con una perspectiva distinta, pero igual de apasionada.
Fin de año se acerca, y con él llegó el final del tour “El amor 30 años después del amor”. El público platense se preparaba para arder desde un buen rato antes. Entre cantos y silbidos, la euforia comenzaba a concretarse. Había ansiedad entre los que empezaron a hacer la fila desde temprano para ingresar. Sin embargo, esta emoción no resultaba novedosa entre los presentes. La experiencia de un concierto de Páez es algo con lo que la mayoría ya está familiarizada. Según los relatos, el clima que circulaba por el Estadio UNO Jorge Luis Hirschi era muy similar al del aquel show que otorgó en noviembre de 1992, en el marco del festejo de los 110 años de la capital bonaerense. Apenas unos acordes bastaron para desencadenar un frenesí colectivo en la audiencia.
Ni siquiera el calor impidió que todo el campo comenzara a saltar. Allí estaba él, con su traje color violeta, para confirmar, o mejor dicho, reconfirmar, que la fidelidad de sus seguidores se mantiene intacta. El concierto arrancó con himnos atemporales como "El amor después del amor", "Dos días en la vida", "La Verónica" y "11 y 6", marcando el inicio de un espectáculo que se prolongaría alrededor de dos horas. Los roles estaban definidos: los músicos desplegaron todo su talento, mientras que el público, en una sincronía perfecta, respondió con una ovación alentadora, como si cada aplauso fuera una declaración de amor a la música misma.
Fito es un fenómeno nacional, eso es algo que ya sabemos todos. Aún así, está certeza se volvía a descubrir cuando cada rincón de la cancha entonaba de memoria todo su repertorio. Es la cultura del rock. No lo digo yo, lo dijo él mismo. “Me siento muy representado por la cultura del rock. Soy un hombre de la cultura del rock”, expresó enérgicamente, en un show que se caracterizó no solo por la música sino también por cortes donde el cantante compartía conversaciones íntimas con el público, como si estuviera entre amigos. “En la cultura rock nadie se alarma demasiado. Todo finalmente se diluye entre el paso del tiempo, la risa, la gracia, y lo absurdo de estar vivo”, comentó, e invitó al escenario a su compañero Juanse para tocar algunos acordes juntos.
“Levante la mano quien vivió la época de los 80”, ordenó un Páez suelto, contento, y con vestigios de una ira política latente. Como era de esperarse, varios alzaron sus brazos. De hecho, me animo a decir que todos lo hicieron. Afianzado, prosiguió a contar: “Era una época donde todo era un poco más. Era flaco, pero un poco más. Tomaba drogas, pero un poco más. Estaba perdido en aquella ciudad, que no conocía el idioma, muy lejos de mi hogar, mi casa ya había desaparecido. Espero que no suceda lo mismo con este país”. “Hice esta canción donde está todo lo que a mi me gusta de acá, y del mundo. De ese caldo rabioso de lo que era la Argentina, compuse esta canción en una mañana fría de invierno”, relató y empezó a cantar "Tumbas de la gloria".
Entre cada transición musical, la intención del público era clara: entonar el conocido grito de celebración, el “Ole, Ole”. Sin embargo, cada vez que la multitud comenzaba a corearlo, Fito interrumpía con amabilidad, solicitando que se abstuvieran. Para él, aquella manifestación le resultaba “vergonzosa”. Consideraba que celebrar de esa manera era un contraste demasiado marcado cuando "el mundo está ardiendo allá afuera". Sin ceder espacio para que continuaran los cantos, el artista prosiguió con su lista de canciones, llevando al público a través de los viejos rockanroles que tanto sonaron nuestras vidas, como "La rueda mágica", "Al lado del camino", “Circo beat” y “Brillante sobre el mic”.
El punto culminante se alcanzó con "Ciudad de pobres corazones", donde el guitarrista Juani Agüero desató un frenesí con su solo, agregando un toque extra de rock a ese clásico de los años ochenta. La banda se completó con un elenco excepcional de músicos: Emme, cuya voz deslumbra como vocalista principal; Diego Olivera, a cargo del bajo; Gastón Baremberg, desde la batería; Juan Absatz, desde los teclados y coros; Vandera, con su destreza en la guitarra y sus coros; Alejo Von Del Pahlen, con el saxofón; Manuel Calvo, con su trombón; y Ervin Stutz, aportando su destreza en la trompeta y el flugelhorn.
Sin dudas, lo mejor tiene nombre de clásico. Y eso, se dejó para el final. "A rodar", “Dar es dar”, "Mariposa Technicolor” y “Y dale alegria a mi corazón” fueron las encargadas de cerrar el espectáculo. Era una fiesta. Un show completo, un tour completo. Pasó por ciudades como Nueva York, Miami, Caracas, Madrid, Barcelona, Montevideo y Santiago de Chile; y el amor después del amor. La dualidad atemporal de ese sentimiento, que persiste y resurge, se reflejó en cada acorde, cada palabra entonada. Una vez más, en La Plata, una vez más junto a Fito.